No hay duda de que la pandemia lo ha transformado todo, incluso lo previsible, aunque a una velocidad de vértigo. Más allá de alcanzar la “inmunidad de rebaño” con las vacunas y recuperar la economía mediante ayudas y estímulos, hemos de afrontar una realidad inexorable: en muchos aspectos, nuestra vida no volverá a ser igual. Y el del trabajo es uno de esos aspectos.
La forzada migración inicial del trabajo de la oficina a casa, no solo se tornó natural, sino que más adelante fue preferida por un 73% de personas trabajadoras, según una reciente investigación de Microsoft[i].
[i] Primer Índice de Tendencias Laborales, Work Trends Index, para una población de 30.000 personas en 31 países (incluida España).
Ahora, la tendencia es hacia el trabajo flexible o híbrido: aquel que combina jornadas -o parte de ellas- en la oficina tradicional con momentos de teletrabajo desde casa, segundas residencias o resorts vacacionales. Más que transformador, se trata de un cambio disruptivo, un desafío al orden laboral establecido previo a la pandemia.
Abordar el trabajo híbrido va a exigir replantearse toda la cultura empresarial: desde la atracción y retención del talento, hasta las relaciones sociales intra-empresariales y el diseño del espacio laboral, pasando por el organigrama directivo, los procesos de trabajo y los beneficios sociales; sin olvidar los cambios que -paralelamente- debería plantearse el propio sistema educativo.
Esta nueva era va a exigir que contemplemos el trabajo flexible como la primera opción para el desarrollo de -casi- cualquier actividad; que fomentemos las relaciones sociales entre las personas trabajadoras; que no maquillemos como “productividad” jornadas laborales extenuantes; y que nos tomemos la experiencia del empleado/a tan en serio como nos tomamos la customer experience.
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